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Vigilia 8A, por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en Argentina |
Después de (antesde)ayer, hoy sólo me quedan ganas de contar mi parte de la historia. Desde que soy muy chica me empatizo con lo que se podría denominar “la realidad social”, y eso fue siempre muy incómodo, para nada fácil. Crecí escuchando que “si uno es joven y no es de izquierda no tiene corazón, pero que si es adulto y no es de derecha no tiene cerebro”, y eso algún tiempo logró angustiarme, yo era chica, y pensaba que en algún momento me iba a convertir en un ente incapaz de empatizar con todo aquello que me rodeaba, que ese era mi futuro, que eso era crecer, y que si no lo hacía crecía mal.
Realmente existe una sociedad que te hace ver que está mal empatizar, que el que es grande y piensa eso no creció, que crecer es estudiar, recibirse, hacer mucha plata y ser exitosa.
Por suerte abrí alas y me encontré con mi carrera del amor, con la que me deconstruyó, y me enseñó que crecer es realmente encontrarse con su deseo, aunque vaya en contra del orden normativo con el que uno haya crecido. Que la zona de confort es una simple repetición de una comodidad, pero que a la larga o a la corta, es intolerable. Que nuestra historia nos define, pero lo que hacemos con ella y los caminos que logramos abrirnos nos definen mucho, pero muchísimo más.
Que eso de la izquierda con corazón y la derecha con cerebro no era un orden cronológico, es un orden estructural, y que todos queremos un mundo mejor siempre, la diferencia está en si queremos un mundo mejor para nosotros como individualidad, o si queremos un mundo mejor para nosotros como miembros de una sociedad; en si entendemos la heterogeneidad de la existencia, o si simplemente confiamos en la parte que nos toca, y buscamos aniquilar el resto.
La primera vez que escuché la palabra aborto me generó horror, y tardé muchos años en deconstruirla, un montón a mi gusto. Deconstruir duele, porque es entender que lo que pensamos no es perfecto, y que nuestra realidad no es el mundo, porque el mundo son sociedades y no individualidades, y de última individualidades histórico-sociales.
Nadie queda fuera de eso, no se crece mejor para la derecha, se crece más normal dentro de un sistema. Se crece tranquilo de que se está haciendo lo que dicen por todos lados que está bien.
Yo, Lara, no apoyo la legalización del aborto porque no me parezca una vida, ni porque prefiera una vida sobre otra, ni tampoco porque piense que sólo las pobres abortan. Yo apoyo la legalización del aborto porque vivimos en un mundo de mierda lleno de desigualdad, y no sólo económica, vivimos en un mundo dónde al bien se lo compró hace rato, se lo llenó de cualidades funcionales al poder y se lo convirtió en algo a lo que hay que llegar para alcanzar el estatus de persona digna de este mundo.
Vivimos en un mundo de mierda donde cuando escuchamos algo lo pasamos por lo filtros de la moral que ese bien nos da, sin siquiera pensar en los avatares de esa historia, creyéndonos poderosamente dueños de la verdad.
Cuando me cansé de eso y empecé a escuchar, me encontré con que había mucha gente lamentándose por cómo las circunstancias de vida que no eligieron, los y las llevaron a tomar decisiones repudiadas por la misma sociedad que a consecuencia las engendra.
¿Hacer la vista gorda y oídos sordos en nombre de un bien que no se estaba respetando era la solución? No me parecía. Por suerte con el tiempo me encontré a Darío diciéndome que toda normalidad viene de una norma, una norma que alguien en algún momento puso ahí porque le servía.
No creo en el bien, no creo que alguien sea mejor persona porque predique el bien. Entiendo la ideología del bien como un ordenador social, que afín a los intereses de una época, forma mentalidades, construye subjetividades y deja por fuera un gran número de personas que son vistas como locos, anormales, y engendros defectuosos.
Por todo esto no entiendo que hacer el bien sea acatar a la norma. Creo que lo más cerca que podemos estar es escuchar al otro, escuchar lo que tiene para decir, la historia que tiene para contar, y comprender que los avatares de la vida no son los mismos para todos. Es ir más allá de la individualidad que nos han construido, y descubrir cuánto podemos expandirnos unos a otros.
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